
Al oyente algunas líneas de las canciones le funcionan como poesía, [porque] le iluminan seres, situaciones, secuencias personales. (. . .) De pronto, una canción ranchera es, por acuerdo de millones de personas, poesía popular. (Carlos Monsivais)
Están en una entrevista que transcurre íntima y cómoda.
Él es un hombre de edad. Un señor de ademanes lentos y venerables. Ella es joven y se esmera en demostrarle que lo respeta y lo quiere.
La periodista se llama Mónica y él, además de maestro de escuela es un poeta.
Pero no de esos de revistas literarias, festivales, premios y egos ergonómicos. No. A este señor le dicen poeta porque escribe canciones rancheras y tal como sugiere Carlos Monsivais a millones de personas que no leen ni conocen “poetas de profesión” les basta que alguien escriba buenas rancheras para llamarlo poeta.
Para cierta casta intelectual las canciones vernáculas sólo son modestas fórmulas creativas; pero en la existencia de las gentes comunes (¿La civilización del espectáculo?), éstas funcionan como infalibles pócimas emocionales.
El señor a quién entrevista la periodista Mónica se llama Martín Urieta Solano.
Años antes, en un pueblo del norte de mi país, alrededor de una mesa un consumidor afirmó con propiedad:
―Ese Martín que menciona Vicente Fernández en esa canción es su amigo y compañero de farras. El que le hace las canciones.
Los asiduos de mesa, amigos de tragos, lo escucharon atentos mientras en la roconola sonaba alto: “Acá entre nos, quiero decirte la verdad. . .”
Esa tarde me fui de la barra convencido de la veracidad de la anécdota, pues me había gustado mucho. Me sonaba tan verosímil que ni pensé de dónde podía haber tomado tal dato aquel campesino.
Hoy descubro la patraña. Durante la plática que don Martín está teniendo con Mónica Garza en YouTube se evidencia el chasco. Don Martín ha sido el compositor de muchas de las canciones de Vicente, pero no su cuate de juergas. La historieta resulta ser sólo una romántica invención.
Este don Martín Urieta ha escrito las canciones más populares de Chente. Aun así, la única referencia que el imaginario popular tiene de él es un pasaje hablado en el interludio de ese himno del despecho que es “Acá entre nos” cuando el charro lo menciona:
“Ideay Martín, no cabe duda que también de dolor se canta, cuando llorar no se puede”.
Quizás de ahí, a partir de esa frase, el bohemio se inventó la deliciosa imagen de Vicente y Martín macerando sus cuitas entre rolas y tequilazos.
Algunas creaciones tienen su germen en historias o experiencias personales, aunque en ciertas ocasiones podría suceder al revés: que la composición inspire leyendas apócrifas. Fábulas como la de Agustín Lara saltando del lecho nupcial para escribir María Bonita, durante su luna de miel con María Félix en Acapulco, o la que hizo popular la propia María Félix afirmando que José Alfredo había compuesto Ella en su honor. Todas historias al vuelo que la poética popular ha hecho sacrosantas.
Desde siempre el pueblo ha querido estar al tanto de las veleidades y aventuras de sus artistas más queridos. Pero cada vez que las noticias no son suficientes, el arcaico afán humano por el romance, la nouvelle, es decir la ficción, hace que la gente eche mano de la propia imaginación para rellenar las hagiografías de sus ídolos.
Martín Urieta Solano nació el 11 de noviembre de 1943 en Huetamo, Michoacán, y entre jodarria y respeto se persigna ante la sola mención de José Alfredo Jiménez: el del «mundo raro». Para Martín, José Alfredo es “El santo patrono de la música ranchera”. Su referente.
En un conocido ensayo, Carlos Monsivais considera a José Alfredo Jiménez como «el poeta de la desolación marginal». Y Urieta, como buen discípulo da continuidad al lamento y a la desolación que lleva intrínseca la música ranchera a partir de José Alfredo. Canciones como «Mujeres divinas», «Bohemio de afición», «Qué de raro tiene», «Acá entre nos», «Te me vas al diablo», «Urge», «Mi vejez» y otras, han quedado al aire para corroborarlo.
Ahora vamos a la anécdota:
Durante mucho tiempo a Martín Urieta le entristeció saber que Vicente Fernández, en sus conciertos, anunciaba «Mujeres Divinas» como una canción de un compositor que ni conocía.
―Eso me dolía mucho. ―Confiesa Martín a Mónica Garcés en un momento de la entrevista.
Tiempo después cuando ya pudieron conocerse, Vicente a modo de enmienda le prometió que en la próxima canción lo iba a mencionar con creces. Así surgió el «¡Ideay Martín. . .!» de «Acá entre nos».