«Volver la vista atrás» de Juan Gabriel Vásquez ¿acaso una tercera dosis contra el fanatismo?

Transcurren los primeros años de la década de los sesenta. Marianella tiene once y es dos años menor que su hermano Sergio. Ella es insurrecta. Siempre se rebela ante lo que cree indebido o injusto. Su hermano en cambio es reflexivo, a veces hasta irresoluto.

Un día de tantos el padre los reúne y les dice que se irán a vivir en un lugar exótico y apasionante: ¡a la China!

Pero el padre se cuida de hacerlo como quién no quiere la cosa. Por eso les asegura que él no va a forzar a nadie. Que allá ellos si desaprovechan semejante aventura. «Será como darle la vuelta al mundo», los provoca. Al final todos, incluida la madre, Luz Elena, aceptan encantados.

Y se van a China. Y ellos, los niños, ignoran que además de aprender una lengua extraña, podrían convertirse en dos muyahidines de izquierda. 

Sergio y Marianella Cabrera Cárdenas son personajes de novela con vidas de novela, sin embargo, son gente real: de carne, de hueso y de sentidos.

El padre, Fausto Cabrera, un exiliado español que llegó a Colombia años después de la guerra civil española y que formó familia con Luz Elena Cárdenas, es un idealista convencido de que tiene una misión inevitable en su vida: liberar al mundo. Al menos el que está a su alcance.

Actor y director de teatro formado con las teorías del método Stanislavski, Fausto Cabrera declama a Lorca como nadie y dirige obras de teatro. Y es uno de los pioneros de las producciones de televisión en Colombia. Pero también carga en la médula el dolor y el resentimiento del destierro. En medio de sinsabores laborales y económicos Fausto acepta el ofrecimiento de un tal Mario Arancibia, para ir a dar clases de español en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín. Según le dice Arancibia, tendrá facilidades para emigrar y buen salario.

Al llegar el choque es brutal. En Pekín vivirán en un hotel porque el gobierno chino no permite a los extranjeros rentar casa. El hotel se llama «de la Amistad» y es exclusivo para occidentales. Cuando a Sergio y Marianella les toca asistir a clases, descubren una vida doble: «el infierno en la escuela y el cielo en el hotel».

Afuera el mundo es hostil, hay hambruna. Por tanto, los hermanos deben sufrir las mismas privaciones que el resto de la población. Y a la vez son objeto de burlas por ser distintos. A los niños chinos se les ha enseñado que los occidentales son el enemigo. Gente con «ojos de sapo». Sin embargo, los muchachos consiguen integrarse. Marianella lo hace pronto: dominando los ideogramas y sonidos del idioma. Sergio en tanto, va a la saga.

Pasado tres años Fausto y Luz Elena deciden volver a Colombia para sumarse a la guerrilla maoísta. Eso sí, Sergio y su hermana deben quedarse en China. Solos. Apenas sobreviviendo con exiguas subvenciones. ¡¿Cómo así?! ¡Si apenas son dos muchachos de dieciséis y catorce años! ¿Es normal dejarlos a su suerte en un país autoritario? Sí pero no. No hay alternativa. Deben hacerlo por un asunto de conciencia revolucionaria. Además, «es un privilegio quedarse», sentencia Fausto a los dos jóvenes.

Una vez han quedado solos, los dos muchachos se educan y entrenan como miembros de la guardia roja. Ven de largo a Mao. Se creen felices.

Cuando sus padres piensan que ya están listos militar e ideológicamente, otra vez deciden por ellos: es tiempo de volver a Colombia e integrarse a la lucha, a la guerrilla.

En medio de la selva colombiana y sufriendo las peripecias y amarguras de un ir y venir interminable, Sergio y su hermana vacilan entre el sacrificio y la contrariedad. Entre la imperfección y el desencanto.

Para Sergio el desengaño no es total, aunque sí lo desgasta. Tras ciertas circunstancias favorables abandona la guerrilla y vuelve a China. Ha decidido estudiar cine. Luego, cuando vuelve al mundo occidental, se dedica a realizar películas.

Marianella por su parte se recupera de un balazo traicionero, y continúa su vida. Pero antes, ha tenido que esquivar una tácita condena a muerte dictada por sus mismos compañeros de lucha.

Escritor Juan Gabriel Vásquez Cortesia EFE

«Volver la vista atrás» (Alfaguara, 2021) del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, es la obra ganadora de la Bienal Vargas Llosa del año dos mil veintiuno. Y a propósito de vacunas, bien podría considerarse la tercera dosis de un esquema de inmunización contra el fanatismo. Siendo las dos primeras «Rebelión en la Granja» y «1984», ambas de George Orwell.

A «Volver la vista atrás» de lejos se le avistan las cúpulas de catedral literaria; una catedral de casi quinientas páginas de finura narrativa en las que uno corre el riesgo de quedarse a deleite bajo sus arcos. Gran merecimiento para Juan Gabriel Vásquez, acaso el narrador colombiano más ducho de los últimos años.

Tras un oportuno epígrafe del novelista For Madox Ford, el autor se hace visible sin rodeos. Sin embargo, toma distancia con una reveladora frase: «Según me lo contó él mismo…». Y aunque la expresión es circunstancial, de cierta manera advierte al lector que su papel será el de un mero cronista. Un escriba que nunca tomará bando por nada ni nadie. 

La historia empieza con el cineasta Sergio Cabrera de paso por Lisboa visitando a su mujer e hija, de quiénes lleva un tiempo separado.

Según el plan, de Lisboa saldrá hacia Barcelona para participar en una muestra retrospectiva de sus películas. Pero es en la capital portuguesa un lunes dieciséis de octubre del 2016, y cuando ya han transcurrido tres días de buen acercamiento familiar, donde recibe la noticia de la muerte de su padre. Y ante el dilema de si volver a Colombia al sepelio de su padre o seguir con el compromiso de Barcelona, al final se queda. Así elige lo todavía posible: continuar el acercamiento a las suyas, y a la vez rencontrase con Raúl, su hijo adolescente en vez de volver atrás: a Colombia. A sepultar al padre.

Juan Gabriel Vásquez ha dicho que esta novela le tomó siete años de conversaciones, investigación y trabajo de campo, antes de plantarse a redactar sin freno durante nueve meses de pandemia.

Tras la lectura provoca hincar, ¿es de compadecer a esos niños que fueron Sergio y Marianella? O acaso… ¿juzgar a Fausto y a su mujer Luz Elena por tanta vesania? Bueno, léala usted y haga lo propio.